RUTA DEL CAMINANTE

 

¿Qué es?

El proyecto «La Ruta del Caminante» busca identificar artistas, perfiles y obras de arte de la población refugiada, y definir la misión del arte y la cultura en relación con la experiencia de los caminantes venezolanos, a través de una intervención artística y comunitaria entre Cúcuta y el Páramo de Berlín (Norte de Santander) como un primer paso para honrar la ruta recorrida por los refugiados venezolanos, considerando el arte como la herramienta ideal para inspirar, construir memoria histórica y generar impactos positivos en la población refugiada y la comunidad de acogida.

Existen tantas rutas migratorias como fronteras en el mundo. En Norteamérica, el desierto que separa México y Estados Unidos es conocido como un lugar tan extenso como extremo, por sus condiciones y temperaturas. El Mar Mediterráneo, que separa el sur de Europa y el norte de África, ha sido calificado como una “tumba a cielo abierto”. En África del este se conocen varios trayectos para llegar hasta Arabia Saudí, pasando por Yemen, tomando el riesgo de milicias y detenciones arbitrarias. Las rutas migratorias nos ofrecen un conocimiento sobre cómo la frontera atraviesa a las personas, cuáles son los patrones migratorios y qué efectos tienen sobre sus cuerpos. Así como existen una variedad de rutas, también encontramos una variedad de figuras migratorias: los balseros o “boat people”, los refugiados en campamentos humanitarios, los “clandestinos” que saltan cercos y muros, así como las personas que nadan para acceder a otros países. Actualmente, el “caminante” aparece como una figura de movilidad, en referencia a los refugiados venezolanos que atraviesan Suramérica. ¿Dónde y cuándo comenzó esta ruta?

¿Dónde y cuándo empieza?

Estas fueron las primeras preguntas que nos hicimos al inicio de este programa, interrogantes que nos forzaban a delimitar en tiempo y espacio tanto a la ruta como a los caminantes. En términos temporales, resulta difícil establecer un momento exacto en que aparece este recorrido como trayecto migratorio, sino más bien una sucesión de hitos políticos. Luego del cierre de la frontera entre Colombia y Venezuela en agosto del 2015 , el cruce peatonal por los puentes se limita a algunas horas, lo que causa una acumulación y desbordamiento en el tránsito de personas. A partir de ese momento, la prensa y las autoridades nacionales empiezan a hablar de un “éxodo masivo” de venezolanos y colombianos retornados.

En esta época, la zona de La Parada, corregimiento adyacente al Puente Internacional Simón Bolívar en el municipio fronterizo de Villa del Rosario en el área metropolitana de Cúcuta, estaba repleta de autobuses y “agencias de viaje” que ofrecían una gran variedad de trayectos a destinos al interior de Colombia, como Cali y Bucaramanga, así como al extranjero, como Quito (Ecuador), Lima (Perú) o Santiago (Chile). La representación de estos autobuses hace parte de las indagaciones estéticas del artista Samir Quintero, quien participó como formador en los talleres artísticos del proyecto en torno a la migración venezolana.

En 2018 se empieza a ver la desaparición de esos servicios de transporte en La Parada y la aparición del fenómeno de los caminantes. Probablemente, la disminución del servicio de transporte está relacionado al control y la prohibición de venta de billetes de autobuses para refugiados venezolanos. Desde ese momento, se comienza a ver un flujo masivo de caminantes, entre los años 2018 y 2019.

En términos espaciales, el inicio del trayecto se podría definir de dos maneras: la primera, desde el primer paso que realiza la persona para salir de su casa o, la segunda, desde el primer paso que dan en un nuevo país. Desde el punto de vista de las personas refugiadas, esta última opción parecía la más coherente, ya que ellas mismos se reconocían -y eran reconocidos- como “caminantes” cuando salían del país, siguiendo las entrevistas recolectadas en campo con asociaciones locales, funcionarios gubernamentales y representantes de la cooperación internacional. En efecto, salir del país era un criterio fundamental para identificarse o identificar a un caminante, lo que nos lleva a pensar que se trata de más de una categoría relacionada a espacios internacionales y migratorios, que comienza en Colombia.

Bienvenidos a Colombia

Para entrar a Colombia, las personas refugiadas venezolanas utilizan tres entradas principales, ubicadas en los departamentos de La Guajira, Arauca y Norte de Santander. La primera, en La Guajira, es conocida históricamente como una zona sin frontera, claramente inscrita la gran nación binacional del pueblo Wayuu, que comparte territorio y ciudadanía entre dos estados, Colombia y Venezuela, generando intercambios económicos regulares entre ambos. Esta región es desértica y cuenta con los niveles más altos de precariedad en Colombia. La segunda, Arauca, en los llanos de la cuenca del Río Orinoco, es una región que requiere un viaje más largo; además, es considerada como una zona de conflictos y desplazamientos de poblaciones entre ambos países, por la presencia de diversos grupos armados ilegales. Finalmente, Norte de Santander -principalmente los municipios de Villa del Rosario y Puerto Santander- ha sido considerado por muchos años una zona de libre comercio y tránsito entre ambos países, lo que le ha convertido también en receptora de muchos emprendimientos económicos y manifestaciones culturales venezolanas.

El Norte de Santander es considerado la entrada más importante de flujo de personas caminantes que migran hacia Suramérica o que desean quedarse en Colombia. En este departamento existen tres puentes fronterizos: el Puente Internacional Simón Bolívar, el más grande, que limita con la población de San Antonio del Táchira en Venezuela y cuenta con la mayor afluencia de personas; el puente Francisco de Paula Santander, que permite la entrada a la ciudad de Cúcuta por el sector de El Escobal, conectando con Pedro María Ureña en Venezuela, y el Puente Unión, situado en el municipio de Puerto Santander en Colombia y Boca de Grita en Venezuela.

Desde Norte de Santander es posible tomar tres vías: la primera, conocida como la vía de la costa, atraviesa la carretera hacia el Cesar, pasando por los pueblos de Ábrego y Ocaña. Desde la « Y de Astilleros » esta vía se divide en dos rutas: la primera, hacia el norte, en vía hacia Tibú, región fronteriza y marcada por el conflicto interno colombiano; la segunda, por el oeste, hacia Aguachica, el César, que permite ir hacia el norte o el sur, incluyendo las ciudades de Barranquilla, Valledupar, Riohacha, Santa Marta y Cartagena. La segunda variante, la vía de Ocaña, es más peligrosa debido a la presencia de grupos armados y secuestros, así como la poca o nula presencia de ayuda humanitaria.

La tercera vía es la carretera que pasa por el Páramo de Berlín. Esta ruta es la preferida de la gran mayoría de caminantes y por ello cuenta con la mayor instalación de centros de “atención al migrante”, de la cooperación internacional y la gobernación, y con albergues para caminantes, de la sociedad civil. Considerando la cantidad de refugiados venezolanos que toman este trayecto y las condiciones de las experiencias migratorias, podríamos establecer que la vía Cúcuta-Páramo de Berlín es la más representativa de las experiencias y sufrimientos migratorios de los caminantes venezolanos en su entrada a Colombia. Adicionalmente, este trayecto encarna el primer gran obstáculo que atraviesan una gran parte de los caminantes, ya que es un tramo de características geográficas y climáticas con varias dificultades que los llevan a padecer ciertos sufrimientos que se convierten, finalmente, en pasos rituales.

El sufrimiento migratorio como un paso ritual

Desde un punto de vista antropológico, siguiendo a van Gennep (1924)  este trayecto puede ser considerado un “paso ritual” ya que es la iniciación hacia una nueva vida. Dicho paso implica un cambio de “estado” emocional y sentimental; así como un cambio de “Estado”, que establece una transformación de la ciudadanía (Green, 2003) . Estos espacios “de paso” son importantes porque, como sostiene Adey (2017): « el trazado de la ruta recorrida puede ser tan significativo y trascendente como los puntos finales del viaje » . En esta primera etapa del recorrido migratorio, el venezolano exiliado se convierte en “caminante”, adquiere unas experiencias que lo afectan (psicológica como físicamente) y obtiene ciertas (des)informaciones que condicionan la manera en que llega a su destino.

Este trayecto está marcado por ciertos sufrimientos físicos y psicológicos que se han convertido en rutina migratoria o, visto de otra manera, en un ritual de la experiencia migratoria. Siguiendo el trabajo de Jason de León (2012) , la dureza de ciertos trayectos migratorios que caracterizan el proceso de cruce recalibra la tolerancia al sufrimiento de los refugiados. Por ello, de León señala que es importante construir lógicas que ayuden a conceptualizar la violencia fronteriza según cada contexto. A diferencia de la frontera entre Estados Unidos y México, que es caracterizada como un “espacio expansivo, desolado y vacío” (Wilterberg, 2018) , la frontera colombo-venezolana, especialmente la de Norte de Santander, es un territorio muy poblado y activo en comercio formal e informal, lo que afecta también las circunstancias del recorrido migratorio.

En este espacio buscamos describir y analizar las experiencias migratorias de los caminantes para comprender cómo se construyen ciertas formas de acogimiento y rechazo, y en qué condiciones una persona deviene un tipo de figura jurídica, política y social. En esta línea, inspirados en “rutas del refugiado” de Vanessa Agnew, Konuk y Newman (2020), creemos que es posible contrarrestar la invisibilidad con la mirada desobediente, el silencio con el relato, la desaparición con la supervivencia, la inequidad con la reparación, el desplazamiento con el rearraigo , y el olvido con el arte. Para ello, tuvimos que fabricar una metodología que se adaptara al programa.

Metodología

El desarrollo del programa fue concebido en dos etapas: (i) la primera, un viaje exploratorio etnográfico, que incluyó entrevistas en profundidad a 15 caminantes y 12 trabajadores, funcionarios y voluntarios humanitarios y; (ii) la segunda, 5 talleres artísticos, en 5 puntos entre Cúcuta y el Páramo de Berlín, con un total de 70 personas, que sirvió para recoger y comprender los tipos de expresión artística de los caminantes.

Estas intervenciones fueron dirigidas por un grupo interdisciplinario de profesionales, incluyendo un experto en arteterapia, dos (2) artistas colombo-venezolanos (uno visual y otro musical), así como un antropólogo especializado en migración y ayuda humanitaria. La interdisciplinariedad nos permitió acercarnos con mayor sensibilidad y empatía a los caminantes y sortear mejor las dificultades de la ruta.